Muchos predicadores han abandonado las antiguas ideas sobre la caída y la ruina moral del hombre y no les advierten más a sus oyentes que son pecadores culpables ante un Dios santo.
Sin embargo, queda por lo menos un predicador de la antigua escuela; habla hoy en día tan fuerte y claramente como nunca. No es un predicador popular; no obstante el mundo entero es su parroquia. Visita a los pobres, pasa por la casa de los ricos; se le encuentra en asilos de menesterosos como en los rangos más distinguidos de la sociedad. Predica a todos los que tienen una religión como a los que no la tienen.
…Se llama: La Muerte.
¿Quien no ha oído del viejo predicador? Toda lápida le sirve de púlpito. El diario le reserva mucho lugar. A menudo se ve a los súbditos de ese soberano predicador ir y volver del cementerio. A menudo se ha dirigido a usted personalmente.
La repentina partida de un vecino, la solemne despedida de un apreciado pariente, el terrible vacío dejado en su corazón cuando su esposa querida le fue quitada, o cuando se vio privado del hijo que usted idolatraba: todos estos hechos han sido llamados solemnes de parte del viejo predicador. Un día, tal vez dentro de poco, usted mismo le proporcionará su texto: en medio de su familia afligida y sobre su tumba, el hará oír su voz.
Usted puede librarse de la Biblia, menospreciar sus advertencias y rechazar al Salvador de quien ella le habla. Usted puede, si quiere, evitar a los predicadores del Evangelio; puede quitar esta página y todo lo que se parezca.
Pero si usted se libra de la Palabra de Dios y de los siervos de Cristo, ¿que hará con aquel viejo predicador? Después de todo, usted tendrá que morir.
No podemos pensar en la muerte sin ser conducidos a decir: hay algo terriblemente anormal con el ser humano. ¿Por qué? Hay una única respuesta que el viejo predicador no dejará de proclamar: El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.
“La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La sentencia de muerte ha sido pronunciada, pues, contra usted también. Un hombre inocente puede exigir que se le haga justicia, pero para un culpable lo justo es el castigo. La gracia es al única esperanza del pecador, quien sólo puede ser perdonado por Aquel que tiene el poder de condenarlo. si tiene conciencia de su estado, rogará: “Dios, se propicio a mi, pecador”. Es a esta confesión y a esa necesidad de misericordia que debe conducirle el viejo predicador. Es imposible negar que “la paga del pecado es al muerte”, pero a ese terrible y constante sermón responde el mensaje de la gracia de Dios. Desde la caída del hombre fue anunciado un libertador: el Hijo de Dios que murió en la cruz. Nunca habló el viejo predicador de una manera tan solemne y elocuente como en el Calvario. Cristo, quien no había conocido el pecado, al ser hecho pecado por nosotros, padeció la muerte como paga del pecado. Ahora todo aquel que cree en El, tiene la salvación. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo para que vivamos por El”. Dios le ofrece la vida eterna, pues Cristo murió para adquirirla.
Dígale pues ahora mismo: “Creo que padeciste como paga de mi pecado. Te recibo como el que vino para salvarme a mi”.
DILEH – José Pedro Varela 5651
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