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El verdadero Adorador
Lectura: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” San Juan 4:23,24
Un error frecuente cometido por muchos cristianos es el de asistir a la iglesia no para contribuir sino con el propósito de beneficiarse lo más posible del culto. De conformidad con esa actitud, se espera que el encargado de la alabanza vea que todos los componentes del culto fluyan juntos de manera cohesiva y significativa. Se ve, pues, que la responsabilidad del culto cae sobre los hombros de los que están en la plataforma, y los individuos de la congregación quedan relativamente libres de sentir cualquier responsabilidad por el culto.
Pero como bien sabemos, todos los cristianos son miembros activos del sacerdocio del NT, que todos son ministros delante del Señor, entonces se debe aceptar la responsabilidad del papel de los creyentes como ministros en la congregación. Al entrar en la presencia de Dios, los fieles no deben venir solamente para recibir algo, sino más bien para traer una ofrenda (Salmo 96:8). En vez de venir a ver cuánto se puede recibir de Dios, hay que proponerse a darle algo a Dios, a servirle y bendecir su nombre. El creyente tiene la responsabilidad de venir con una ofrenda, pero eso incluye mucho más que una contribución monetaria. Hay que entrar en la presencia de Dios ofreciendo un sacrificio de alabanza, y se debe estar dispuesto a ofrecerse para ministrar a otros hermanos, como el Espíritu Santo dirija. Dios ama a los dadores que vienen a la congregación con la intención de contribuir.
La principal responsabilidad de todo adorador es ministrar al Señor. La Biblia dice: Alabad a Dios (Salmo 150:l). La responsabilidad de alabar y adorar no descansa en una persona o en un grupo, sino en todas las personas que presenten un “sacrificio de alabanza” individual al Señor.
Ahora vamos a destacar el costo de esa alabanza: - Primero, se requiere energía. A veces el creyente está cansado después de una semana completa de trabajo duro, y viene a la iglesia el domingo por la mañana para descansar. No siente deseos de alzar las manos ni ponerse de pie por demasiado tiempo, pues no tiene energía para ello. En tal ocasión, es conveniente ofrecer un verdadero sacrificio de energía y bendecir al Señor con el corazón, el alma, la mente y la fortaleza personal. - Segundo: El costo de la preparación. A veces el creyente siente la necesidad de recibir purificación y renovación para ser más libre en la presencia de Dios: “¿Quien subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón” (Salmo 24:3-4). Este pasaje muestra que el Señor exige pureza a sus servidores. Si de veras el creyente quiere servir al Señor de modo íntimo, primero debe purificarse de corazón mediante la confesión y el arrepentimiento. - Tercero: El costo del tiempo. ¿Tiene mucha importancia el tiempo? ¿Hay suficiente tiempo en el día para hacer todo? Creo que el tiempo es lo que más aprecio. Si alguien me pide dinero, tal vez acceda pronto; pero si me piden dos horas de mi tiempo, vacilo antes de responder porque lo considero algo precioso. La vida de alabanza demanda el sacrificio de tiempo. No se puede entrar a la presencia del Señor y salir aprisa; es necesario quedarse y tener comunión con Dios por un rato.
- La actitud del creyente hacia la alabanza y la adoración y su participación en ellas son las claves para entrar a la presencia de Dios. Se presenta la alabanza sin motivos ulteriores, ni la intención de obligar a Dios a venir al creyente. En su presencia hay plenitud de gozo. La alabanza también se convierte en arma poderosa contra el enemigo.
Cada uno también tiene la responsabilidad de prepararse para la adoración. Una buena manera de hacerlo es llegar temprano el domingo y pasar algún tiempo en oración y alabanza. La oración y la meditación pueden ser un hermoso preludio del culto de adoración. Al llegar al santuario, es en ocasiones apropiado pasar algún tiempo en oración en vez de hablar con otras personas. Se debe ir al culto de adoración con el corazón en comunión con el Espíritu de Dios.
Una manera excelente de prepararse para la adoración es confesar cualquier pecado conocido que se haya cometido antes de llegar al culto. Si al principio del culto uno no trata de ponerse en buena relación con Dios, puede perder momentos preciosos que se podrían pasar en alabanza u adoración. (Leamos el Salmo 51) Cuando David, después de su pecado de adulterio con Betsabé, se puso en buena relación con Dios, confesó: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3). Él trataba de adorar al Señor de todo corazón, pero ese pecado se le presentaba en la mente una y otra vez, y sentía que se le había enfriado el corazón hacia el Señor. El que trata de vivir con un pecado no confesado, sabrá también que el pecado se le presenta cuando quiere adorar al Señor. Se puede evitar el plan del enemigo para distraer al creyente de la adoración si se arrepiente antes y recibe el misericordioso perdón de Dios (1ª Juan 1:9) “Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de nuestra maldad”
El creyente tiene la responsabilidad de dedicarse a la oración por el culto con anticipación. La oración es nuestra comunicación con Dios y aquel que no ora nunca adora. Jesús dio un principio que se aplica aquí: Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (véase Mateo 6:19-21). Si uno se dedica con diligencia a la oración por el culto de adoración, se asombrará de su nivel de interés y participación en el culto. Si se dedica tiempo a orar por el culto, se esperará el beneficio de esa inversión, y se estará listo para participar y contribuir a que el culto sea una reunión gloriosa.
También hay que frecuentar el lugar de adoración. Las Escrituras exhortan a que los santos no dejen de reunirse (Hebreos 10:25). Todos los creyentes necesitan la fuerza y el ánimo que se recibe de la comunión con otros miembros del cuerpo de Cristo. Los creyentes son sólo partes pequeñas del cuerpo; de manera que, solos y separados de ese cuerpo, se mueren, espiritualmente hablando. ¿Cómo podría adorar o alabar alguien que solo “visita” la congregación en Navidad o Semana Santa?
El Salmo 66:1-4 da a todos un mandamiento: “Poned gloria en su alabanza.” Eso requiere que se invierta energía. ¿Ha estado el lector alguna vez en un culto de alabanza insatisfactorio? Los instrumentistas no llevaban el ritmo; la mitad de la congregación seguía la alabanza con la energía que se le agotaba pronto, mientras el resto de la gente ya se había desentendido del tiempo de alabanza. ¿Por qué sucede esto? ¿Es porque a Dios le gusta retirarse y dejar a los creyentes en suspenso? No, la causa del problema no es Dios sino los creyentes. El énfasis del Salmo 66:2 es que se ponga gloria en su alabanza. El cristiano sirve a un Dios maravilloso que merece la cantidad más gloriosa y hermosa de celebración y alabanza que se le pueda dar. La alabanza no es la respuesta de los que han esperado una lluvia celestial, sino que la inician los que se acercan a Dios con un sacrificio espiritual.
También tienen los creyentes la responsabilidad de tener motivación propia en la alabanza y la adoración. A Dios no lo impresionan, en lo más mínimo, los adoradores que son solamente espontáneos. Los adoradores espontáneos son los que saben alabar y adorar cuando lo desean solamente. A todos les gusta la adoración espontánea cuando es fácil levantar el corazón hacia el Señor, pero si funcionan a ese nivel solamente, no han aprendido la disciplina del verdadero adorador. Algunos creyentes están siempre a la espera de que quien dirige los cánticos los estimule a la adoración involuntaria y aquí es donde muchos se quejan de una manipulación. Un fruto del Espíritu es el control de sí mismo, y si más individuos lo ejercieran en la adoración y tuvieran motivación propia para alabar a Dios, tal vez menos usarían técnicas de control de multitudes para producir una reacción. El verdadero adorador alaba en todas las oportunidades que se le presenten.
Hay que hacer algo más que cantar. Los Salmos exhortan a cantar alabanzas a Dios”. El solo hecho de cantar canciones no constituye necesariamente cantar alabanzas. Es posible cantar sin poner todo el corazón en ello. La responsabilidad del creyente es convertir las canciones en una alabanza del corazón a Dios.
El creyente también debe adorar a pesar de las distracciones. Es fácil culpar a otros por la falta de alabanza de uno: “El que dirige no fluye con el Espíritu de Dios.” “¿Qué hace el pastor o nuestro hermano? Parece que no disfruta nada de la reunión.” "Hermano, qué nota tan mala dio el plano.” “¿Cuándo van a llevar el ritmo juntos tal y tal instrumento?” Hay mil y una razones por las cuales no se alaba a Dios. Sin embargo, la responsabilidad de la alabanza debe inevitablemente volver a los creyentes. Dios nunca dijo que lo alabaran “si les gusta el estilo del que dirige”, o “cuando se cante la canción que más les guste”. ¿Qué dice la Biblia? (Salmo 34: l-3) “Bendeciré a Jehová en todo tiempo”, aun cuando las voces no den en el tono, el pianista no conozca la canción y algún instrumento falte suene. Esto viene como amonestación a todos los adoradores: No dejen que los distraigan los esfuerzos sinceros, pero quizás deficientes, de los músicos o los líderes. Tal vez el creyente tenga razón en el análisis de sus deficiencias, pero se privará del privilegio de bendecir al Señor.
Los creyentes deben ser adoradores toda la semana. El adorador no disfruta de la adoración sólo los domingos en la congregación; su vida es de alabanzas y adoración continuas a Dios veinticuatro horas al día. Una vez que se ha aprendido esa “vida de adoración durante la semana, es fácil reunirse en la congregación y alabar a Dios. Cuando los adoradores se reúnen, la alabanza asciende de inmediato. Si el nivel de la alabanza en la congregación es bajo, se puede estar seguro de que el problema es que los creyentes no han aprendido a vivir alabando durante la semana. El llamado es a algo más que “visitar” solamente La casa del Señor. Las escrituras dicen: "El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la Sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1) Hay que permanecer en su presencia de continuo.
Finalmente: Es fácil confundir la adoración con ser adorador. Solo porque alguien adore, no significa necesariamente que es adorador. Casi cualquier persona puede adorar según la según la ocasión, pero relativamente pocos parecen manifestar la cualidad de vida del adorador, Cuando Dios pide que el creyente sea adorador todos los días no pide que se dedique sólo a cantar alabanzas toda la semana. Cuando el creyente adopta esa clase de vida, se da cuenta de que con frecuencia surge un canto de alabanza de su interior. Descubre que todo lo que hace de veras constituye un acto de adoración al Señor, pues sus actividades diarias son una expresión de su dedicación a Dios.
¿Es UD. un ADORADOR?
Por: Antonio Velásquez
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